domingo, 17 de diciembre de 2017

Expresiones-Mucho ruido y pocas nueces -Estar en el quinto pino-Tomar a alguien por el pito del sereno

Mucho ruido y pocas nueces


Metafórica alusión aplicada a aquellos casos en que hay demasiados preparativos o alardes y las consecuencias o los contenidos son pobres o bien no alcanzan a satisfacer las  expectativas.

Dicen que nació en 1597, en una estrategia usada por el capitán Hernán Tello de Portocarrero para que sus tropas españolas pudiesen ingresar en Amiens, durante las guerras de Flandes. El militar habría arrojado intencionalmente unas canastas llenas de nueces en el ingreso principal a dicha plaza enemiga, provocando mucho ruido y la distracción de los vigilantes.

Detalles de la estrategia 

El capitán Hernán Tello de Portocarrero diseñó lo que hoy en día se diría una acción de “operaciones especiales”. Mandó disfrazarse de labradores a un pequeño grupo de soldados españoles que hablaban francés.

La misión de este pelotón era aproximarse de madrugada a Amiens cargados de vituallas como sacos de nueces, manzanas, etc. Siguiendo de cerca a un carro que transportaba heno, pero que ocultaba en un doble fondo las armas de todos ellos. Una vez allí, debían provocar un incidente que les permitiera apoderarse de una de las puertas de la muralla.

Un primer objetivo de su golpe de mano era dejar fuera de combate a los centinelas de la puerta. El segundo era colocar el carro de heno bajo el rastrillo de la puerta para evitar que, cuando los franceses dieran la alarma, lo dejaran caer cerrando el acceso.

Efectivamente, uno de los soldados españoles, dejando caer al suelo un saco de nueces provocó que los soldados franceses descuidaran la vigilancia para llevarse algunas. En un instante, los españoles sacaron sus armas y les atacaron matando a 22 de ellos.


Dicha frase, además, fue el título de una obra de William Shakespeare (1564-1616), quien la escribió allá por 1600. En ella se critica el acartonamiento de la sociedad italiana de la época (la escena se desarrolla en Messina), cuando las formalidades ocupaban un irritante lugar de privilegio.

Estar en el quinto pino



Esta expresión habitualmente la utilizamos para señalar  que alguien o algo está muy lejos.

Se cuenta que el origen de este dicho está en Madrid. En el siglo  XVIII, mientras gobernaba el rey Felipe V, que fue el primer Borbón en ser rey de España.

Parece ser que durante el reinado de Felipe V, se plantaron en Madrid cinco frondosos pinos en una de las arterias principales de la ciudad. No es que plantasen solo cinco pinos, ya que muchos pudiesen pensar que Felipe V al no estar en sus cabales (ver Felipe V) lo hubiese mandado hacer así, sino que estos estaban acompañados de otros tantos ejemplares de árboles de distintas especies. El primero de ellos estaba en lo que hoy sería el comienzo del Paseo del Prado, cerca de Atocha. Los demás, situados a una notable distancia unos de otros, seguían por todo el eje hasta llegar al punto donde hoy vemos Paseo de la Castellana con Nuevos Ministerios, punto donde se alzaba imponente el quinto y último pino.


La gente los utilizaba en aquella época para concretar sus encuentros. Lo habitual era quedar en los dos o tres primeros puestos que el quinto, el más alejado, quedaba casi a las afueras de la ciudad. Precisamente, en él solían quedar los enamorados.Lo hacían así porque en esa época no se podían besar o acariciarse en público porque estaba mal visto.


Cuando las chicas quedaban para verse con algún pretendiente, iban acompañadas de las típicas carabinas. Éstas le daban cierto espacio para que los enamorados pudieran decirse cosas bonitas sin que los perturbaran, pero nunca podían ir más allá del quinto pino.

Fueron por tanto parejas de novios los que, en busca de algo de intimidad, se daban cita en ese punto, alejados de las miradas curiosas. Una costumbre que motivó una expresión muy utilizada varios siglos después, la de ubicar algo que está muy lejos en ‘quinto pino’.

Tomar a alguien por el pito del sereno


Cuando “tomamos a alguien por el pito del sereno” nos referimos a que no le hacemos el más mínimo caso, que le ignoramos directamente como si no estuviera.

La emblemática figura del sereno apareció como tal en España durante el último cuarto del siglo XVIII y perduró a lo largo de cerca de 200 años, desapareciendo paulatinamente por el uso del despertador y la aparición del portero automático entre otros avances.

Sus cometidos eran variados, encendían las farolas, abrían las puertas de los edificios a los inquilinos que regresaban bien avanzada la noche (tenían en su poder las llaves de todos los portales), ejercían de vigilantes nocturnos, voceaban las horas e informaban del estado meteorológico.
Era muy popular escuchar expresiones como el típico “¡las diez y sereno!”. además de tratar de mantener el orden de las mismas y llamar a los cuerpos de seguridad (con el silbato) cuando observaban algún incidente.

El problema es que se tomaron con demasiado ahínco su cometido, y cada poco tiempo hacían sonar su silbato por considerar que se estaba cometiendo alguna irregularidad; la mayoría de las veces eran hechos sin importancia, por lo que la policía pronto empezó a dejar de hacer caso a las constantes y continuas llamadas de los serenos, que poco a poco fueron perdiendo su autoridad ya no solo frente a la policía, sino frente a los ciudadanos, que harán “oídos sordos” a sus llamadas de atención.


Como curiosidad mencionar que iban equipados con un "chuzo", o palo que finalizaba con una punta como si de una lanza se tratara, para disuadir a los maleantes.

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