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Tomar a alguien por el pito del sereno
Cuando “tomamos a alguien por el pito del sereno” nos referimos a que no le hacemos el más mínimo caso, que le ignoramos directamente como si no estuviera.
La emblemática figura del sereno apareció como tal en España durante el último cuarto del siglo XVIII y perduró a lo largo de cerca de 200 años, desapareciendo paulatinamente por el uso del despertador y la aparición del portero automático entre otros avances.
Sus cometidos eran variados, encendían las farolas, abrían las puertas de los edificios a los inquilinos que regresaban bien avanzada la noche (tenían en su poder las llaves de todos los portales), ejercían de vigilantes nocturnos, voceaban las horas e informaban del estado meteorológico.
Era muy popular escuchar expresiones como el típico “¡las diez y sereno!”. además de tratar de mantener el orden de las mismas y llamar a los cuerpos de seguridad (con el silbato) cuando observaban algún incidente.
El problema es que se tomaron con demasiado ahínco su cometido, y cada poco tiempo hacían sonar su silbato por considerar que se estaba cometiendo alguna irregularidad; la mayoría de las veces eran hechos sin importancia, por lo que la policía pronto empezó a dejar de hacer caso a las constantes y continuas llamadas de los serenos, que poco a poco fueron perdiendo su autoridad ya no solo frente a la policía, sino frente a los ciudadanos, que harán “oídos sordos” a sus llamadas de atención.
La emblemática figura del sereno apareció como tal en España durante el último cuarto del siglo XVIII y perduró a lo largo de cerca de 200 años, desapareciendo paulatinamente por el uso del despertador y la aparición del portero automático entre otros avances.
Sus cometidos eran variados, encendían las farolas, abrían las puertas de los edificios a los inquilinos que regresaban bien avanzada la noche (tenían en su poder las llaves de todos los portales), ejercían de vigilantes nocturnos, voceaban las horas e informaban del estado meteorológico.
Era muy popular escuchar expresiones como el típico “¡las diez y sereno!”. además de tratar de mantener el orden de las mismas y llamar a los cuerpos de seguridad (con el silbato) cuando observaban algún incidente.
El problema es que se tomaron con demasiado ahínco su cometido, y cada poco tiempo hacían sonar su silbato por considerar que se estaba cometiendo alguna irregularidad; la mayoría de las veces eran hechos sin importancia, por lo que la policía pronto empezó a dejar de hacer caso a las constantes y continuas llamadas de los serenos, que poco a poco fueron perdiendo su autoridad ya no solo frente a la policía, sino frente a los ciudadanos, que harán “oídos sordos” a sus llamadas de atención.
Como curiosidad mencionar que iban equipados con un "chuzo", o palo que finalizaba con una punta como si de una lanza se tratara, para disuadir a los maleantes.
La suerte está echada
Se utiliza cuando se ha hecho algo que implica un punto de no retorno: una vez hecho, no hay vuelta atrás.
Esta frase se atribuye a Julio César, que la habría dicho momentos después de cruzar el río Rubicón con sus legiones. Este acto, el de cruzar un ejército el Rubicón, no era para nada trivial, era un río por el cual era ilegal para un ejército romano cruzarlo.
Marcaba el límite del poder del gobernador de las Galias y este no podía, sino ilegalmente?, adentrarse en Italia con sus tropas. La noche del 11 al 12 de enero de 49 a. C., Julio César se detuvo un instante ante el Rubicón atormentado por las dudas: cruzarlo significaba cometer una ilegalidad, convertirse en criminal, enemigo de la República e iniciar la guerra civil.
César cruzó personalmente el pequeño río para dar valor a sus hombres. Una vez en el otro lado, gritaría, la famosa frase alea iacta est (iacta mejor que jacta, pues la ‹j› no existía en el latín de la época), que viene a significar la famosa frase «la suerte está echada».
Esta frase se atribuye a Julio César, que la habría dicho momentos después de cruzar el río Rubicón con sus legiones. Este acto, el de cruzar un ejército el Rubicón, no era para nada trivial, era un río por el cual era ilegal para un ejército romano cruzarlo.
Marcaba el límite del poder del gobernador de las Galias y este no podía, sino ilegalmente?, adentrarse en Italia con sus tropas. La noche del 11 al 12 de enero de 49 a. C., Julio César se detuvo un instante ante el Rubicón atormentado por las dudas: cruzarlo significaba cometer una ilegalidad, convertirse en criminal, enemigo de la República e iniciar la guerra civil.
César cruzó personalmente el pequeño río para dar valor a sus hombres. Una vez en el otro lado, gritaría, la famosa frase alea iacta est (iacta mejor que jacta, pues la ‹j› no existía en el latín de la época), que viene a significar la famosa frase «la suerte está echada».
Quién pudiera pensar que el paso entre la República y el Imperio significaba cruzar un río. Pues efectivamente, la decisión política y militar del General romano Julio César, conllevó a la desaparición de la República Romana y al surgimiento del Imperio.